El calvario terminó de una manera muy particular para la familia argentina anclada en Qatar, sin dinero para comprar los pasajes de vuelta. A medida que pasaban los días, la fecha en que expiraba su visa se acercaba y el riesgo de tener problemas legales era una sombra cada vez más cercana. La pesadilla, finalmente, terminó bien.
La crisis en el golfo Pérsico y el aislamiento al que someten sus vecinos a Qatar impidieron que la esposa de Gabriel Agüero, un chef argentino que trabaja en Doha, y sus hijas pudieran tomar los vuelos para regresar al país y les era imposible disponer de 6.000 dólares para comprar nuevos tickets.

Fue entonces que, cuando su preocupante historia se hizo conocida, recibieron un sorpresivo llamado. "Me llamó un chico que se llamaba Marcelo Simonian. Me dijo que el llamado podía parecer raro pero que su padre solía trabajar con qataríes y estaba con algunos de ellos en Francia, por lo que nos iba a ayudar", contó Agüero, extrañado, sin saber bien con quién hablaba.

El hombre que se había comunicado con él era el hijo de un empresario del mismo nombre que representa a varios futbolistas, entre otros, a Javier Pastore, jugador del PSG de Francia. A la mañana siguiente del diálogo y de que Simonian se pusiera al tanto de la situación, a Agüero le llegó un correo electrónico muy breve: "¡Solucionado!"


Sólo unas monedas


Días después, al chef argentino lo llamaron desde Qatar y le dijeron: "Mi nombre es Ahmar, lo llamo de parte de Nasser Al Khelaifi y nosotros nos vamos a hacer cargo de los pasajes de la familia". A la emoción y a la alegría por dejar atrás el problema se le sumó, sin embargo, la incógnita de quién era la persona que los ayudaba. N

unca pensó que "el señor Nasser", como le dijeron, era ni más ni menos que el dueño del club parisino PSG y quien desembolsó más de 200 millones de dólares para contratar a Neymar, así que los 6.000 dólares eran para él nada más que unas monedas.

De esta manera, su esposa Valeria Marsili y sus tres hijas, las gemelas Renata y Bernardita, de 13 años, y Emilia, de ocho, lograron salir de Qatar y regresar a Buenos Aires. El calvario qatarí ya había terminado.