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SALUD
13 de mayo de 2024
Mara Fernández relató cómo abandonó un sueño por otro, el poder de las palabras y por qué decidió convertirse en psicóloga para abordar problemáticas de la imagen corporal. Advierte que muchas chicas dicen la misma frase: “Es como estar muerta en vida”
Realidades - Mara Fernández
Mara entrenaba para cumplir su gran sueño de ser bailarina, pero en su adolescencia su cuerpo comenzó a experimentar cambios físicos y en su entorno escuchaba “es la época del pollito con ensalada”, incluyendo las exigencias naturalizadas del mundo del ballet.
Después de ser diagnosticada con hipotiroidismo, alteraciones hormonales compatibles con el síndrome de Cushing y, más tarde, una lesión en la cabeza, Mara asegura que gracias al apoyo de su familia logró salir adelante y darle un nuevo significado a su vida.
En una charla honesta en Realidades, cuenta cómo es abandonar un sueño por otro, y por qué decidió especializarse en los trastornos de la alimentación: “Es por acá, yo tengo que amigarme con esa nena que sufrió esas heridas de la autoestima, ese desprecio, esa mirada de ‘mirá qué linda que es, qué carita’, y que no, el cuerpo no da”.
Con preocupación, advierte que no todos los profesionales comprenden la gravedad de la situación, y que una de cada tres mujeres de entre 10 y 24 años en Argentina se siente insatisfecha con su cuerpo y va a desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria.
De bailarina a especialista en trastornos de la conducta alimentaria, Mara: "Llegué a ponerme el famoso papel film porque decían que ayudaba a adelgazar".
— ¿Quién es Mara Fernández?
— Soy licenciada en psicología, especialista en trastornos de la conducta alimentaria e imagen corporal y cuando era chica quería ser bailarina.
— ¿Y qué pasó con la bailarina?
— Y… mi sueño se vio truncado. En la pubertad y la adolescencia, mi cuerpo no era el hegemónico o estereotipado de las bailarinas, entonces no daba el target, como le dicen, para estar en una compañía.
Estudié desde los 9 años, hice el profesorado de danzas, de tap, danzas clásicas, danza jazz, flamenco, incluso hasta bailé tango.
La carrera de profesorado la completé a los 18 años, o sea, rendí todos los exámenes, todos aprobados, pero no podía ser bailarina. Mi cuerpo no era atractivo, era demasiado grandota para ser bailarina.
— ¿Y cómo desististe de tu sueño? ¿Cuándo decidiste abandonar ese camino?
— Es como que uno no se da cuenta hasta que vas notando las frases o las actitudes. Cuando a vos te empiezan a decir “es la época del pollito con ensalada”, que hay que hacer dieta, hay que bajar de peso, o cuando te empiezan a medir por el tema de los trajes para las exhibiciones y te dicen “uy, acá hay diferencia de centímetros de un año al otro” o “mirá, al lado de tus compañeras vos vas más atrás para disimular”, ahí te empezás a dar cuenta de que tu imagen en el espejo no es la aceptada.
— ¿Y cómo te manejabas con eso tan chiquita?
— En realidad, al principio me reía, me causaba gracia, lo veía como un juego. Gracias a Dios, no era vulnerable como para despertar un trastorno de la conducta alimentaria; no voy a mentir, me sentía insatisfecha como la gran mayoría de todos nosotros e hice dieta, pero nunca desarrollé un trastorno gracias a que tuve una familia contenedora que me permitió de alguna manera no caer. Hasta llegué a ponerme el famoso papel film porque decían que eso te ayudaba a adelgazar, a perder grasa. Todo eso que ahora vemos en las redes, que lo presentan como verdad absoluta, les digo que no, es mentira.
— ¿Cómo se sigue renunciando a un sueño?
— Cuando comencé a madurar, empecé a darme cuenta de que esa realidad no sería posible, que eso es un idilio, que queda en la fantasía. Empezás a buscar otro proyecto de vida, otro objetivo que te mantenga de pie. Siempre fui demasiado empática, creo que tengo exceso de empatía, me lo dijeron varias veces, y tenía la necesidad de escuchar a los demás y poder ayudar, por eso decidí estudiar psicología. Cuando estaba terminando la carrera, hice una pasantía en una institución que se dedica a la lucha contra la anorexia y la bulimia, después hice la residencia y años más tarde me empecé a dar cuenta de que en todas las reuniones, sobre todo en esas donde había mujeres, siempre estaba el tema del cuerpo muy presente. Todas se sentían insatisfechas, todas estaban haciendo una dieta, todas se sentían culpables por comer, avergonzadas, o pensaban cuántas horas debían pasar en el gimnasio o haciendo actividad física después. Incluso hablaban de ayunos, todo sin recomendación médica, simplemente porque algún vecino, alguna amiga, algún colega se lo había recomendado.
— ¿Entonces?
— Y ahí fue cuando me dije “es por acá, yo tengo que empezar a revertir, amigarme con esa nena que sufrió de alguna forma esas heridas de la autoestima, ese desprecio, esa mirada de ‘mirá qué linda que es, qué carita’, y que no, el cuerpo no da”.
Mara, con 18 kilos menos, recibiendo su título de psicóloga. Año 2004.
— ¿Te dolía mucho ese desprecio, hoy mirándolo de lejos?
— Sí. Me angustié muchas veces porque uno empieza con esto de las relaciones interpersonales, las experiencias con la pareja y, en mi caso, te empezaban a gustar los chicos y ese chico no te miraba a vos, miraba justamente a mis compañeras de danzas.
— Y en este transcurrir, en este cambio de propósito, ¿cómo ves hoy el tema de la alimentación y de la imagen en Argentina? ¿Avanzamos?, ¿retrocedimos?
— Avanzamos en el tema de que no podemos hablar ni opinar sobre el cuerpo ajeno, de empezar a hablar que la alimentación es energía, es un componente esencial de nuestras vidas, que no es un enemigo, que la comida no está ahí para juzgarnos ni criticarnos, sino que tenemos que amigarnos y llevar una alimentación saludable, pero no solamente de comida. Siempre digo que la nutrición no se trata solo de la comida, se trata de vínculos, vínculos sanos, actividades placenteras, un buen descanso, todo eso es una alimentación saludable. Entonces, en ese punto avanzamos; sin embargo, por otro lado, comienzan a surgir una gran cantidad de consejos relacionados con los medios y las redes, donde muchas personas prefieren confiar en esa pseudo verdad, que carece de respaldo científico y profesional, en lugar de confiar en alguien que estudia, se dedica y se especializa en el tema. Es ahí donde se produce el retroceso. Además, esto de los comentarios. La gente utiliza mucho las redes para hacer comentarios de odio, toda la frustración propia la proyecta detrás de la pantalla, es como que se siente más fuerte, como que se pusiera el traje de superhéroe -“acá yo puedo decir lo que quiera”-, como que no hay filtro, como no hay alguien que lo castigue de alguna forma, en las redes todo está permitido.
— ¿Qué faltaría hoy en las redes o en los medios?
— Que se empiece a limitar un poco más. Yo entiendo que la belleza es una situación económica y financiera, muy movida por la industria. Mueve muchísimo dinero, la industria de las cirugías, la industria de la estética, de la moda, de los productos estos que parecen que son pseudo mágicos como para llegar a tener el cuerpo estereotipado, porque somos una sociedad que tenemos metido el chip en la cabeza, eso de “si sos delgada y bella, vas a tener éxito y felicidad”. Entonces vas a ser lo que sea por lograr ese cuerpo que te tratan de imponer, y obviamente que el paradigma viene desde todo lo que es la industria, desde la sociedad, de toda la gente que quiere que de alguna manera compremos ese producto, entonces siempre va a haber algo que refute lo que uno hace, lo que uno predica.
— ¿Qué es y cómo nació “Hablar sana”?
— “Hablar sana” comenzó como una manera de comunicarme con todas las personas que no tuvieron acceso a un tratamiento, a una psicoterapia acá en Capital. Escuché varias veces la frase: “Dios atiende en Capital”.
— ¿Esa frase es verdad?
— De alguna manera sí, porque en las provincias, sobre todo en algunos pueblos, la gente no tiene acceso a un tratamiento psicoterapéutico o sanitario o de rehabilitación, especialmente en lo que respecta a los trastornos de la conducta alimentaria, no es posible. La mayoría estamos todos acá, residimos todos en Capital, y muchas personas no pueden acceder a eso, porque eso implica que se muden de sus casas, que tengan la posibilidad económica de sostener un hogar, sostener el tratamiento, los viáticos, todo acá en Buenos Aires.
Mara, a los 18 años, de vacaciones en La Habana. Año 2000.
— En nuestro país, ¿adónde están los centros especializados en nutrición, en trastornos de la alimentación?
— Acá en Capital Federal. Algunos de ellos son: “Nutrición Ag”; “Fundación La Casita”; “ALUBA”; “Centro CEDA”. Hay un montón de centros, pero la mayoría están acá, en el AMBA, como le dicen ahora; por ejemplo, en la provincia de Mendoza o en algunos lugares empezaron…
— Pero, por ejemplo, si en la provincia de Santa Fe, en Tucumán, en Santa Cruz, una persona tiene un familiar con algún trastorno de alimentación, ¿adónde puede acudir?
— Son derivados a Capital.
— ¿Es la única solución?
— Sí, porque no tienen los recursos profesionales. No todo el mundo se especializa en trastornos de la conducta alimentaria. No todos los profesionales entienden la gravedad de la situación, no todos tienen la información adecuada sobre qué es un trastorno de la conducta alimentaria y cuándo hay que actuar, que cuánto más rápido intervengas, mejor es el pronóstico y mejor va a ser el diagnóstico. Entonces la gente no sabe que, por ejemplo, la anorexia es una de las primeras causas de muerte en la adolescencia, o que una de cada tres mujeres de entre 10 y 24 años en Argentina se siente insatisfecha con su cuerpo y va a desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria.
“Hablar sana” fue declarado de Interés para la Promoción de los Derechos de las Mujeres y Diversidades.
— ¿Cómo se advierte que alguien de la familia o cercano tiene un trastorno de la alimentación? ¿Cómo se advierte ese trastorno?
— En principio, son personas que empiezan a tener rechazo por la comida, empiezan a comer menos, empiezan siempre con alguna dieta, dicen “hoy voy a dejar de comer esto”, y como está muy naturalizado el tema de “comer saludable”, entre comillas, porque eso no es comer saludable, nadie lo va percibiendo, pero después son personas que no solamente tienen esto de la comida, empiezan a tener ideas de vergüenza, de culpa por su cuerpo, empiezan a dejar de ir a fiestas, a reuniones sociales, se empiezan a aislar, se las empieza a ver deprimidas, con poca energía, o son personas que destinan muchas horas de su día en el gimnasio y empiezan también a consumir esos suplementos que no son recetados por un médico, normalmente alguien del gimnasio o alguien se lo recomienda, o empiezan a saltearse comidas. Muchas veces empiezan a mentir, dicen “ya comí en la casa de…”, y si están “en la casa de”, “no, yo ya comí en mi casa”, y es mentira.
— ¿Se puede salir de ese lugar y cómo?
— Primero, hay que hacer una consulta con un profesional especializado, hay que tener en cuenta que es un tratamiento largo, hay que tener paciencia, nadie tiene que sentirse culpable porque nadie elige tener un trastorno de la conducta alimentaria, es una prisión.
Las chicas, hablo en género femenino porque estadísticamente son las que más lo padecen, relatan como que están muertas, es como estar muertas en vida. Su única preocupación es el cuerpo y la comida, no pueden disfrutar absolutamente de nada, no pueden descansar, realmente es una cárcel el trastorno.
— ¿Qué le dirías a una persona que tiene o siente lo que acabás de enumerar, que se siente en una prisión?
— Que no es un bicho raro, que no es la única persona a la que le pasa, que cuanto más rápido busque ayuda, más fácil va a salir de esa esclavitud, de esas cadenas, y que no tenemos que ser todos iguales. En la selva tenemos cebras, tenemos elefantes, tenemos monos, son diferentes especies peros todos animales. Bueno, esto es igual. Somos todos diferentes, pero somos personas, y en la diversidad está la originalidad. Cuánto más diferentes seamos y más cosas tengamos para aportar, más enriquecemos a la comunidad.
— ¿Qué le dirías a los padres de chicos, más que nada adolescentes?
— Que no los juzguen. Que ningún chico o chica elige esto. Que para desarrollar un trastorno hay cuatro factores que lo predisponen, que es el genético, el psicológico, el familiar y el social.
Tienen que estar los cuatro para que se desarrolle lo que se llama la “tormenta perfecta”.
— ¿Y qué es la “tormenta perfecta”?
— Porque vos no te levantás de la noche a la mañana y decís ”hoy voy a dejar de comer, hoy no me quiero”, es algo que se fue gestando. Alguien de la familia tuvo o tiene un trastorno de la conducta alimentaria o insatisfacción con su cuerpo, ese sería el factor neurobiológico. Psicológicamente, un trastorno de personalidad, bullying, baja autoestima, personas sumamente autoexigentes, personas que tienen rasgos obsesivos que son hiperperfeccionistas, que no toleran la frustración. En el ámbito familiar, influye qué representa la comida y el cuerpo en la familia, qué valor se le da al momento de sentarnos a comer, si cada uno come por separado o cada uno come distinto, y si mientras estamos compartiendo la mesa empezamos a hablar de dietas y a decir cosas como “¿no estás comiendo un poco de más?, ¿no deberías cambiar la porción?”, eso de alguna manera también influye. Y el factor social, que normalmente es el detonante de la bomba, porque los medios, las redes, todo el tiempo la comparación, de mostrar que las personas que tienen determinados cuerpos tienen una mejor vida, que son felices, que la pasan bárbaro, eso hace que, sobre todo cuando sos adolescente y estás en esa época de querer ser alguien, de búsqueda de identidad, veas eso como el objetivo final de tu vida.
— ¿Qué te hubiera gustado saber antes de que tu sueño se vea frustrado?
— Que no naturalicen los comentarios sobre los cuerpos, de ninguna forma. Hay que poner un límite. A veces pensamos que al decirle a alguien “qué delgado que está” le estamos haciendo un bien, pero en realidad, puede ser lo contrario, ya que desconocemos lo que está pasando en la vida de esa persona. Quizás le estoy diciendo “qué delgado que estás, qué bien te veo”, y la persona automáticamente, si tiene un trastorno, dice “voy a continuar lo que estoy haciendo porque me está dando resultado”. O, por el contrario, si alguien le dice “te veo más rozagante, te veo más rellenita”, voy a volver a lo que estaba haciendo porque aumenté de peso. Entonces, cada persona lucha su propia batalla y ese comentario que yo le hice sobre su cuerpo, sobre su vestimenta, sobre su peinado, o sobre cómo se muestra, le puede afectar muy negativamente a su autoestima. Yo desconozco si la persona que está atravesando estos cambios corporales está atravesando una enfermedad oncológica o una enfermedad metabólica o si está atravesando un duelo, desconozco qué está batallando.
Mara Fernández: "Tenemos metido el chip en la cabeza de que si sos delgada y bella, vas a tener éxito y felicidad".
— Sobre tu consigna “Hablar sana”, ¿cuáles fueron las palabras que más marcaron tu vida? ¿Y qué palabras fueron las que más te costaron para sanar?
— “Tenés el mismo cuerpo que tu abuela y tus tías”, porque yo veía que mis tías estaban siempre, de alguna manera, renegando, especialmente sobre la parte de las caderas, y decían que mi cuerpo era igual al de mi abuela paterna, con lo cual ya me veía que iba a tener la misma lucha, eso de alguna manera me marcó. Hoy lo veo de otra forma. Parecerme a mi abuela tiene que ver con una mujer valiente, luchadora, que sola tuvo doce partos y se vino con siete hijos a la Argentina a buscar una mejor vida, pero en ese momento me marcó. O esto de “mirá que si seguís engordando no te va a mirar nadie”.
— ¿Quién te decía eso?
— Eso lo escuchabas. Una vez me acuerdo de que yo no era de usar minifaldas porque era más fácil tapar mis piernas ya que era la parte más voluptuosa de mi cuerpo y un día fui con un vestidito al cumpleaños de una compañera, tenía 14 años, y un compañero me dijo “ah, pero tenés más piernas que Chamot”. Chamot era unl jugador de la selección nacional en ese momento, y que a una chica le dijeran que tenía piernas de jugador de fútbol en ese tiempo sonaba mal, hoy quizás quieren tener las piernas más voluptuosas o marcadas, pero en esa época, en la época de los noventa, donde se nos metía en la cabeza que debías tener cuerpo como el de Kate Moss de la moda unisex, donde a todos nos tenía que entrar el pantalón en la cadera, que te dijeran eso no estaba bueno.
— ¿Qué sentías cuando escuchabas esos comentarios?
— Y… obviamente que me sentí dañada. Me acuerdo de que dije “no me pongo una pollera nunca más”, me acuerdo de que iba a bailar en pantalón.
— ¿Qué es para vos hoy la felicidad?
— Mi familia, mis hijos, mi mamá, mi marido y mi sobrino nieto, es como ese solcito que me da fuerza, el poder llevar mi mensaje a tanta gente que quizás padeció el bullying o se lastimó mucho de chica o al día de hoy, siendo adultos, se siguen castigando por no poder sentirse amadas. Que el amor no está en lo físico, que el amor está en quién sos.
¿Por qué mucha gente pone en el peso o en la imagen la felicidad, doctora?
— Porque así evade otros temas. Porque mientras yo me preocupo por el número de la balanza y me preocupo por lo que voy a comer y me preocupo por la estética, dejo de preocuparme por lo que realmente me lastima.
Mara Fernández: "Empecemos a ser más empáticos. Aquellas palabras que no le diríamos a la persona que más queremos, no nos las digamos a nosotros".
— Un mensaje que quieras dejar para aquellas personas que estén luchando en silencio.
— Que empecemos a ser más empáticos. Que dejemos de destilar tanto odio, tanto rechazo, tanta violencia, que alguna vez pongamos freno a la violencia en todas sus aristas: la psicológica, la simbólica, la física, que tratemos de ser más complacientes con nosotros mismos. Que aquellas palabras que no le diríamos a la persona que más queremos, a nuestros mejores amigos, no nos las digamos a nosotros.
Mirá la entrevista completa:
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