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GENTE
25 de mayo de 2024
Daniel Di Giuseppe es mendocino, y desde los 7 años es un apasionado por la comunicación radiofónica. Primero como oyente, y luego como técnico electromecánico, no solo creó su propio inventario y despensa de repuestos, sino que además devolvió a la vida radios que no encendían desde hace décadas. Tiene 90 equipos, algunos fabricados hace más de un siglo y todos funcionan.
A los 7 años hizo un curso de radio y televisión por correspondencia, junto a su hermano, y al poco tiempo fabricó su primera radio a galena. Hoy, sigue siendo su gran pasión (Video: Gentileza Daniel Di Giuseppe)
En Las Heras, provincia de Mendoza, lo que empezó como una estantería se fue ampliando hasta convertirse en una colección de más de 90 radios antiguas, y todas funcionan. Algunas datan de 1931, pero también hay una vitrola de 1914, y varias “joyas” que logró que volvieran a encender, después de décadas apagadas. Daniel Di Giuseppe, técnico mecánico y radioaficionado de la categoría novicio, sintió curiosidad por el mundo de la comunicación radial y televisiva a los 7 años. La pasión se mantiene, y aunque en su día a día se dedica a reparar bombas de bodegas, en su tiempo libre arregla algunos equipos, les da una nueva vida y los trae al presente. Tiene una despensa llena de repuestos, muchos que le donaron, y otros que compró en subastas. Los fines de semana el quincho de su casa se transforma en una especie de museo que disfruta junto a sus amigos, con almuerzos llenos de anécdotas, música y recuerdos de la infancia.
Mientras charla con Infobae, Daniel realiza un tour virtual por el ambiente donde se concentra toda la magia. En un primer plano muestra una pequeña radio Spica de llavero, la prende, y se oye una transmisión deportiva en vivo. “Mirá lo que es por dentro, me volví loco tratando de saber qué era lo que tenía, porque no andaba cuando me la trajo un amigo, y con la ayuda de lupas y lentes pude descubrir cómo repararla”, cuenta, y enfoca un diminuto circuito. Con paciencia y trabajo artesanal, de precisión casi quirúrgica, ha logrado milagros. “Al principio tomaba algunas señales débiles, pero de repente sintonicé Radio 2 de Rosario y no lo podía creer; la busqué en internet para ver si efectivamente era esa emisora, y sí, desde Mendoza esta radio chiquita japonesa capta hasta Rosario”, dice con asombro y entusiasmo.
La radio preferida de Daniel, que data de 1931: para lograr que funcione consiguió un repuesto original que le trajo un amigo de Alemania (Fotos: Gentileza Daniel Di Giuseppe)
Pasaron 50 años desde que hizo su primer curso de radio y televisión por correspondencia, pero conserva intacto el deseo de aprender más y más. “No había escuelas que enseñaran electrónica ni nada relacionado, entonces mi hermano, que tenía 14, empezó a estudiar a distancia, con fascículos que llegaban hasta el pueblo, y yo, que soy seis años y medio menor, aprovechaba para aprender con él”, relata. Crecieron juntos en la localidad de Panquehua, y no había una oficina de correo en su barrio, sino una estafeta postal. “Estaba en diagonal a mi casa, todos nos conocíamos, y sabíamos que a las cuatro de la tarde venía una camioneta Citroën amarilla que dejaba las cartas; yo me sentaba a esperar que viniera, y cruzaba para ver si nos habían mandado las lecciones nuevas”, rememora con ternura.
A los 12 ya había hecho muchos experimentos caseros, incluida una radio a galena. En séptimo grado le explicó a su maestra que él sabía cómo sintonizar una emisora sin ninguna fuente de energía, y fue todo un acontecimiento cuando hizo la demostración. “Vinimos con mi seño hasta un alambrado de una finca, que sirvió como antena, y eso, con un cable a la tierra, ya se podía escuchar, lo que para mí era una maravilla”, expresa.
El quincho de Daniel, un coleccionista de radios antiguas, que hace 14 años se dedica a reparar equipos en su tiempo libre y darles una nueva vida
La conexión con el mundo y el concepto de la radio como servicio, punto de reunión y compañía para toda una familia, lo conmovía ya desde ese entonces. “Mi mamá tenía una radio que la prendía bien temprano antes de que nos fuéramos a la escuela, la ponía despacito porque llevaba nueve pilas, y eran caras las pilas; sonaba el programa Buen Día Mendoza, de Servando Juarez, que cantaba la hora cada cinco minutos, y así sabíamos cuando teníamos que irnos”, recuerda.
Las tardes debajo de los durazneros, acompañado de su hermano, con música de fondo en las radios con baterías, son algunos de los momentos que más atesora de su infancia. “Mi papá nos había regalado un radiograbador que nos encantaba, y afortunadamente mucho después conseguí uno igualito, que encima funciona; es algo que nos gustó siempre, y creo que tiene que ver con que nos llamaba la atención cómo el hombre había evolucionado y sucedían tantos avances en poco tiempo, porque nosotros éramos de la época en que la programación de la tele arrancaba a las seis de la tarde y a las 12 de la noche terminaba la transmisión, con un cura de Mendoza que nos daba las buenas noches, nos decía que durmiéramos bien y a empezar de nuevo el día”, manifiesta con humor. “La misma televisión que después pasó a ser a colores, la llegada del transistor, del internet, el celular, las FM, fueron cambios que se dieron bastante rápido, y eso nos intrigaba mucho”, comenta.
La primera radio que lo inspiró a tener su propia colección
Su papá tenía un reparto de fiambre, y con el tiempo su hermano dejó las radios para ayudarlo con el trabajo diario. Daniel empezó la secundaria en una escuela técnica, con orientación mecánica, y a lo largo de su vida se especializó en el rubro electromecánico. Luego llegó su gran amor, Patricia, madre de sus dos hijas, con quien cumplió hace poco 40 años juntos. Sin esa compañera, que comprende y apoya su hobby, hubiese sido muy difícil crear la colección, que además implicó sacrificar un ambiente completo de la casa.
“Hace 14 años nos mudamos, y cuando llegamos no había ninguna lámpara, y como tiene un estilo antiguo, tenían que ser lámparas más o menos acordes; cuando empecé a buscar por internet fue que me reencontré con las radios, por una subasta”, revela. Entre risas, confiesa que al final no compró ninguna lámpara, y ofreció 55 pesos por una radio a válvula que le gustaba. “Salí ganador, me la enviaron a Mendoza, llegó bastante maltratada por el viaje, empecé a meterle mano, y cuando logré que encendiera me emocioné, porque cuando prende larga un olor especial, se me vino a la mente ese recuerdo olfativo de los tiempos felices, y ya no paré más”, confiesa.
Una Grundig de 1959, con su parlante original apoyado encima, encendida
En el quincho no había estantes ni muebles, y ese fue el inicio de su museo personal. Una vez fue a una ferretería grande en búsqueda de las lámparas que le faltaban, y el muchacho que atendía le comentó que hace poco había fallecido su abuelo, que era técnico de radio y televisión, y tenía un lote de objetos de su taller. “Le pregunté cuánto costaba el montón de cosas, me dijo 5000 pesos en ese momento, y acto seguido, me traje dos camionetas llenas de cosas a mi casa, las descargué, seleccioné tornillito por tornillito, y estuve como tres semanas separando todo y poniéndolo en condiciones”, relata. Y una vez más, agradece a su compañera, que supo entender aquel arrebato, y muchas de las anécdotas que sobrevendrían.
De cada equipo que sumó, lo que más lo conmueve son las historias que resguardan, y siempre trata de recolectar datos, para llevar un registro. “Hay una que cuando empecé a repararla descubrí que atrás tenía escrito con lápiz la fecha 30 de diciembre de 1951, o sea que llegó horas antes de Año Nuevo, y que esa noche bailaron con el combinado que sonó ahí”, expresa conmovido. “Me acuerdo de un señor que me trajo una radio que se la habían regalado a sus papás cuando se casaron, la radio fue un regalo de casamiento, y no podía descifrar por qué no andaba, hasta que finalmente la arreglé y se la devolví funcionando; la posibilidad de recuperar recuerdos y ver que vuelve a encender, es algo que no hay forma de explicar”, sostiene. Para él no hay forma de escapar al desafío, y con humor admite que a veces se acuesta pensando en el problema, intrigado en qué será lo que le falla a determinado equipo, y cree que entre sueños debe seguir debatiendo sus propias ideas, porque más de una vez se levanta con la posible solución.
A algunos equipos les puso nombre, una radio se llama Pascualina, como su madre, y a otra Agustina, como una de sus hijas. “Después frené porque si le tenía que nombrar a las 90, era imposible acordarse después”, bromea. Hace una pausa en la charla para poner el tango “A media Luz” en la vitrola de 1914, y realiza la demostración de que funciona, tal como aquella “vitrola que llora”, como dice la letra del tema entonado por Carlos Gardel. Muestra también una Grundig de 1959 con parlante, el accesorio original, apoyado sobre una carpeta tejida a crochet por su madre. “Esta radio alemana del ‘59 ya tiene FM incorporada, por más que en Argentina, y al menos acá en Mendoza, no llegaron hasta los ‘80, porque se fabricó mucho bajo licencia de otras empresas”, explica.
"Me faltan ocho años para jubilarme, y ahí voy a mirar todas las radios que me fueron dando y todavía no pude revisar", cuenta Daniel, con una colección que no deja de crecer
Otra Philips holandesa de la misma época también tenía incorporada la frecuencia modulada, y es una de las donaciones que recibió por parte de amigos, que tenían aparatos que fueron de sus padres. “Me han traído varios grabadores de cinta abierta italianos, transistores, tocadiscos, radios de la década del ‘30, que las tengo guardadas porque hay que repararlas y será mi pasatiempo cuando me jubile, dentro de ocho años más o menos”, proyecta.
Enciende una radio alemana de 1956 y sintoniza una FM, que se escucha nítida, fuerte y claro. “La única diferencia es que actualmente llegamos hasta los 108.0 MHz, y en esa época el dial llegaba hasta los 98.0 MHz nada más, así que si por ejemplo quisiera escuchar la 100 de Buenos Aires, con esta no podría, ni con la Telefunken del mismo año”, indica. Daniel tiene su preferida, exhibida en una de las estanterías: se trata de una radio alemana de 1931, y le tiene un cariño especial por ser la más antigua de todas las que tiene, y por haber conseguido que funcionara a la perfección. “Tenía toda la tela del frente rota, se la cambié, y le faltaba una válvula que conseguí de la forma más impensada, gracias a un amigo que estaba en Alemania y venía para Argentina; así que la compré desde acá por internet, le llegó a él y después me la trajo”, cuenta.
Hay una radio que le gustaría tener, y que varias veces la tuvo frente a sus ojos, pero se le escapó por distintos motivos. “Es una Westinghouse, que le dicen ‘heladerita’, porque tiene esa formita, y según lo que leí la vendían junto con la heladera de la casa para que hiciese juego en la cocina”, comenta. Una vez viajó a Buenos Aires y la vio en un anticuario, pero cuando se decidió a comprarla, fue a consultar y ya la habían vendido. La buscó también en plataformas de venta digitales, pero el precio no hace más que subir año tras año, y así se convirtió en la “figurita difícil” de su colección. “Capaz que alguien la tiene en desuso, o está a punto de tirarla, o no sabe qué hacer con ese aparato que es bastante sencillo y común a la vista, pero a mí me fascina, así que cualquier cosa, que me avisen”, indica. A través de su Facebook, “Daniel Roberto Di Giuseppe”, pueden contactarlo.
Otra de las radios que más atesora, por ser la misma que tenía su mamá, y donde todos escuchaban el programa "Buen día Mendoza" antes de irse a la escuela
Hace dos años falleció su hermano, su gran compañero de aventuras, su cómplice para las reparaciones más enigmáticas, y su inspiración para descubrir el amor por la radiofonía. “Hay tantas cosas que extraño, porque vivimos mucho juntos, y ahora ya no tengo a quién contarle las cosas; siempre pienso en él cuando hablo de la colección”, expresa. La música está presente a lo largo de toda la entrevista con Infobae. De pronto suena “Canción Para Mi Muerte” de Sui Generis en un tocadiscos combinado. El rock nacional forma parte de la discografía que más suele escuchar, junto a The Beatles, y algún que otro tango.
“Cuando vienen mis amigos a hacer algún asado todos quedan chochos, se van contentos porque vienen y conectan con su niñez; empiezan a comentar ‘esto me hace acordar a mi abuelo’, ‘esto me hace acordar a mi mamá’, ‘qué temazo ese’, y se arman zapadas hasta las tres de la mañana”, indica. La experiencia es muy completa, porque incluye un café de sobremesa que prepara Daniel en un samovar antiguo. “Había pensado con un amigo en abrir un café juntos, en el que haya radios, y que a los clientes que les interese y quieran preguntarnos datos, nos puedan preguntar y podamos contarles de cada una”, proyecta. Por más que su quincho ya funciona en un formato similar, aclara que no sería un lugar apropiado para recibir gente de manera más formal. “Mi colección está en el patio, hay que cruzar por toda mi casa para entrar, y si bien han venido varias personas cuando me trajeron equipos para reparar, lo ideal sería que fuese en un local, que funcione como una especie de bar temático, al que seguramente irían también radioaficionados”, cuenta.
Tocadiscos, vitrolas, combinados, equipos de música, magazine, entre muchos otros equipos, forman parte de la exhibición en el quincho de su casa (Fotos: Gentileza Daniel Di Giuseppe)
Hace poco terminó el curso de radioaficionado en la categoría de novicio, y ya tiene su señal distintiva, LU4MDR. “Todavía no he armado la estación de radio en mi casa porque ya no me queda ningún ambiente para sacrificar”, confiesa entre risas. Su parte favorita fue cuando empezaron a practicar las comunicaciones con personas de otros países. “Se dan charlas muy amenas, y la imaginación vuela, porque es increíble que desde Mendoza nos podamos conectar con un japonés, que ama la Argentina, y habla castellano mejor que nosotros; son esas cosas locas que se dan”, expresa. Le encantaría alguna vez charlar con radioaficionados italianos, porque su padre era italiano, llegó a la Argentina en 1951, y conversar con alguien que comparta aquellas raíces, sería casi como hablar con un familiar. “La radio conserva su magia, esa adrenalina de hacer posible lo imposible, de ser puente de comunicación, y me resulta tan fascinante como cuando era un niño y me sentaba debajo del duraznero para escuchar música”, concluye.